martes, 4 de diciembre de 2018

Las otras periferias: el sur del aula

Escribe Pedro Luis Menéndez que «en cada aula de clases hay un sur. A veces el sur se sienta al fondo, en la última fila. Pero, si se mira bien, puede encontrarse en cualquier parte, porque este sur no se identifica por una posición en concreto sino por una manera de estar. Como es el sur, o procede de él o se mueve en esa dirección, nadie le hace demasiado caso: sólo el suficiente para que el aula permanezca en su ser de aula, quieta, tranquila».



El Cuaderno, 4 de diciembre de 2018

En cada aula de clases hay un sur. A veces el sur se sienta al fondo, en la última fila. Pero, si se mira bien, puede encontrarse en cualquier parte, porque este sur no se identifica por una posición en concreto sino por una manera de estar. Como es el sur, o procede de él o se mueve en esa dirección, nadie le hace demasiado caso: sólo el suficiente para que el aula permanezca en su ser de aula, quieta, tranquila.

Lo habitual es que el sur se sienta solo, como un viajero anónimo en una tierra de la que desconoce el idioma, un territorio del que no posee el mapa o lo ha perdido. En ese mapa se encuentran las claves que él ignora, las coordenadas que le permitirían situarse en un espacio y en un tiempo que no es capaz de identificar, o es capaz pero no sabe que lo es, o no quiere serlo.

Cuando nos dirigimos a él en nuestro idioma, resulta posible que su miopía le impida vernos con claridad, o su distancia oírnos, que sus piernas no obedezcan la orden de marcha o su corazón esté desmoronado. Por eso se queda atrás, o lejos, o no acude, o se conforma con habitar cualquier rincón en el que pueda pasar desapercibido. Alguien recuerda sin embargo que, en un día o en muchos días diferentes a otros, nos habló en su idioma y no supimos entenderlo, o no pudimos, o no quisimos. Por eso se quedó en su sur desde entonces y poco a poco se fue acomodando, a su manera, a la manera de quienes sienten que el esfuerzo es demasiado grande y no compensa.

Algunas veces lo reúnen con otros habitantes del sur para que hagan grupo y trabajen juntos, pero lo hacen porque no saben que cada sur es diferente. Cuando fracasan, es común subrayar que siempre ocurre, que nadie esperaba que no ocurriera esta vez, que ellos son así. De modo que, si pueden, prefieren que los sitúen en algún grupo del norte aunque duren poco, porque los del norte se quejan de que los del sur lastran el grupo, lo hacen más lento, casi no avanzan.

Sin pensarlo mucho, los van apartando, uno a uno, uno a uno, uno a uno, y poco a poco la periferia se va llenando más y más y más. El guía, según su costumbre, sólo se dirige a los del norte. Así le han enseñado a hacerlo. Así lo hace. Por eso, una mañana de cualquier lunes de invierno se queda atónito cuando llega y descubre que en el norte no queda nadie, que todos habitan ya en las periferias del sur.

Ese día dirá que hizo lo que pudo y se marchará o desertará para convertirse en algo, en inspector, en asesor, en sindicalista, en coordinador de lo que sea, incluso en político que promulgará nuevas leyes educativas y ya no volverá nunca a la periferia. Así que los que quedamos cada vez somos menos, y gritamos en vano que el emperador está desnudo, y escribimos con tiza en las pizarras, y soñamos, también nosotros habitantes del sur.




Pedro Luis Menéndez (Gijón, Asturias, 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978),Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).



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