lunes, 11 de julio de 2022

La libertad guiando (dicen) a la escuela

Algunas medidas como las becas para rentas altas que promueve Madrid suponen el camino perfecto para que el hijo de clase alta no se cruce en todo su periplo escolar con el hijo de la inmigrante o del obrero

Niños de un centro privado de Madrid, en una imagen de archivoLuis Magán

Albano de Alonso Paz, El País, 11 de julio de 2022

Pocas tesis más clasistas hay en educación que aquella que se apoya en la manida idea de la libertad de elección de las familias sobre el tipo de colegios que desean para sus hijos. Esta narrativa centelleante y supuestamente alumbradora —manipuladora a la vez— procura manejar los hilos de la opinión pública para engañar a la población a su antojo en redes sociales y medios, como una vez más estamos viendo en las últimas semanas. Arroja, sin embargo —y eso es lo preocupante—, profundas consecuencias en los derechos fundamentales defendidos a través de la educación, sobre todo de los colectivos con más riesgo de exclusión social, que son los que más necesitan del sistema educativo como bien público; a ellos habría que preguntarles si tienen también libertad para elegir el centro escolar.

El filósofo Jean-François Lyotard, en su ensayo La condición postmoderna, hablaba de lo que él llamó “los juegos del lenguaje”, representación del discurso de lo que, en la práctica, estamos asistiendo cuando se habla bajo el matiz de eslóganes superfluos pero efectistas de la libertad para elegir centro. En esta idea encontramos una forma de entendimiento sobre cómo la lesiva idea de libertad ha dado en ciertos sectores el triunfo temporal a un molde de discurso verbal que abandona al pensamiento meditado, crítico, hasta trasladarlo a la esfera del mantenimiento de privilegios. Y es así cómo, a través de un artilugio meticulosamente armado a través del sensacionalismo más voraz, una jugada lingüística de la palabra “libertad”, con un análisis pragmático efectista, ha amplificado su voz hasta hacer tambalear el necesario relato de la emancipación, de la escuela como mecanismo para el progreso, la equidad y la justicia social.

Ello nos conduce a lo que también Lyotard llamó el principio de performatividad, que, en sus palabras, “tiene por consecuencia global la subordinación de las instituciones de enseñanza superior a los poderes.” Y así, con ese principio quimérico que guía a los poderosos enmascarados bajo la bandera de derechos fundamentales, se configura una estrategia sociopolítica en la que la educación reglada construida una y otra vez bajo esta idea de supuesta libertad supone el camino perfecto para que el hijo de clase alta no se cruce en todo su periplo escolar con el hijo de la inmigrante o del obrero. Y ese es el doloroso entramado que los orienta.

Porque la verdadera segregación del sistema es estructural, además de la física, como consecuencia de la primera. Esta última mantiene, por ejemplo, una de las grandes anomalías de la escuela española: la triple red de escolarización —pública, privada y concertada—, con un peso para estas dos últimas en las tasas de matriculación inusitado en determinadas regiones de España, que son además justo las que menos invierten en educación pública. Es la idea de libertad que guía a algunos en el fortalecimiento de la educación neoliberal como negocio y no como principio garantista de la sociedad. Un pilar para alimentar la exclusión que es limitante, capacitista, que se alimenta de estereotipos sobre grupos socioculturales que apenas tienen cabida en ese trampantojo que abanderan con su discurso las élites.

Pero la idea de libertad que aviva la parcela de privilegios a la vez que fagocita la equidad se blinda con medidas populistas, como por ejemplo las becas anunciadas en Madrid para los estudiantes de centros privados, contrario a todas luces al principio de igualdad de oportunidades. A finales de los setenta del pasado siglo, J. Rawls ya esbozaba en Teoría de la justicia, algunos de los principios que debían servir de norte a las medidas compensatorias, que tienen como finalidad un diseño de estrategias de discriminación positiva que “operen en favor de los menos afortunados”. Poco que ver con la idea lanzada por el Gobierno de la Comunidad de Madrid, que va destinada justo a lo contrario: al incremento de brechas.

La escuela pública, en las últimas décadas, ha diseñado en función de cada comunidad autónoma un armazón sólido aunque siempre mejorable en forma de batería de medidas que procura blindar este principio rector de las administraciones: desde subvenciones a los comedores escolares en función de la renta hasta ayudas de libros de texto gratuitos, pasando por programas de desayunos escolares e incluso exoneración de tasas para la matrícula de la EBAU. Desde el inicio de la pandemia, las acciones de compensación de desigualdades se han incrementado, por ejemplo, con préstamo de recursos informáticos e incluso el propio impulso presupuestario que los fondos de resiliencia y recuperación destinados a educación han supuesto para la atención y seguimiento del alumnado más vulnerable. Son apoyos, ayudas y recursos vitales destinados a los que más necesitan de la escuela; la palanca con la que muchos pudimos estudiar, cuando nos daban becas para poder ir a la universidad porque nuestros padres no trabajaban. Sin embargo, determinadas políticas instaladas en la ceguera van por otro camino absolutamente opuesto, bajo el disfraz de un supuesto paraíso que llaman libertad (de elección) para poder avanzar hasta donde ellos nos digan.

Porque sí: la libertad guiando (dicen) a la escuela no vive del enfrentamiento entre ricos y pobres porque nunca, en las clases privilegiadas, han creído en esa dialéctica: su entendimiento de entramado educativo se reduce por propio interés a tapar desigualdades, a enmudecer las injusticias, a negar la lucha de clases y a alimentar una idea de clase media aspiracional, todo apoyado en el desmantelamiento de la educación pública en la que trabajamos con orgullo porque esta representa la diversidad, la inclusión y el valor de la interculturalidad. Y esto, no interesa, porque acorta distancias para lograr nuevas conquistas sociales.

Estos principios no guían a su idea de escuela porque prefieren que en ella no crezcan los niños de origen migrante, los pertenecientes a minorías étnicas y los provenientes de zonas rurales o desfavorecidas, que son los que tienen mayor tasa de pobreza según confirman los últimos informes de organizaciones como Save the Children y que en su gran mayoría van a centros públicos. Preguntémosles a ellos o a sus familias para ver si esa idea de libertad que tanto se defiende también los guía. La respuesta la podremos encontrar a nuestro alrededor.




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