Estamos asistiendo últimamente a debates y confrontaciones importantes a raíz de la Ley Trans que está a punto de aprobarse en el Congreso. Decir, ante todo, que como mujer, enseñante, sindicalista y feminista, me duele mucho la escisión del movimiento feminista en torno a este tema. Pero sobre todo me preocupa mucho cómo puede afectar esto a las escuelas e institutos, tanto en lo que se refiere al profesorado como, muy especialmente, al alumnado.
Rosa Cañadell, El diari de l´educació, 8 de noviembre de 2022
Yo soy de la vieja escuela del feminismo (¡cuestión de edad!), de las que en los años 80 y 90 introdujimos la “Cuestión de Género” y la igualdad entre chicos y chicas en los centros educativos. Se trataba, básicamente, de concienciar a chicos y chicas de que una cosa era el sexo biológico, que se mostraba en machos y hembras, o sea, en niños y niñas o chicos y chicas, y que otra cosa era todo lo que la sociedad había adjudicado a cada uno de los sexos, o sea los roles que nos habían dicho que debían marcar nuestros gustos, nuestra forma de vestir, de pensar, de actuar, de amar, etc. Y, sobre todo, como el patriarcado había establecido una jerarquía en la que todo lo adjudicado al sexo masculino era más valorado que todo lo que había adjudicado al sexo femenino, dejando a las niñas, jóvenes y mujeres adultas en una posición subordinada y, demasiado a menudo , maltratada.
Lo que queríamos era abolir estos roles adjudicados en cada sexo y ofrecer la posibilidad de transgredirlos. Así, se trataba de que no sólo los niños jugaran a pelota, sino que también lo podían hacer las niñas, que no sólo las niñas debían ser limpias y dulces, sino que también debían serlo las niñas, que todo el mundo se podía vestir como quisiera, aspirar a cualquier profesión y amar a una persona de su sexo o del otro.
Queríamos educar para que las relaciones sexuales y/o amorosas pasaran por una posición de igualdad entre ambas partes, por considerar que el placer sexual femenino era tan importante como el masculino y que la ternura adjudicada a las chicas debía también formar parte del comportamiento de los chicos. Queríamos exterminar el acoso sexual y la violencia hacia las chicas. Queríamos que quedara claro que el cuidado de los hijos e hijas era cosa de dos, al igual que lo eran las tareas domésticas. Queríamos que las chicas pudieran aspirar a ser ingenieras, mecánicas, políticas, informáticas… y los chicos pudieran dedicarse a la educación infantil, el cuidado de la gente mayor, o cualquier otra profesión normalmente adjudicada a las mujeres.
Y, sobre todo, que todo el mundo podía amar y/o tener sexo con quien quisiera, que había chicos que se enamoraban de chicos, y chicas que se enamoraban de chicas, pero que lo importante era que las relaciones sexuales fueran siempre deseadas y consentidas por ambas partes.
Introducimos figuras femeninas en los libros de texto, para que las niñas tuvieran referentes de todo tipo: mujeres Premio Nobel, científicas, pintoras, guerrilleras, políticas, filósofas, etc.
Como veníamos de unas generaciones muy machistas y muy discriminatorias para las mujeres, todo esto era nuevo, sobre todo para los chicos, y muy gratificante para las chicas, que pronto entendieron el mensaje.
No acabamos de salir. La prueba es que hoy todavía arrastramos violaciones y asesinatos de mujeres, por el mero hecho de serlo, que la gran parte de trabajo doméstico y de cuidado lo siguen haciendo las mujeres mayoritariamente, y que siguen habiendo desigualdades salariales y profesiones en las que la mayoría son mujeres y otras que la mayoría son varones. Pero es evidente que avanzamos mucho y que hoy una mayoría de chicos y chicas ya tienen asumido que son iguales en derechos y posibilidades, tanto laborales como intelectuales, artísticas, sexuales y sociales.
Recuerdo todo esto porque ahora, con esta Ley Trans, aparece una novedad que pone en cuestión algunas de estas cosas y propone una educación basada en una “autodeterminación de género” que, en mi opinión, puede ser una regresión y un peligro para los nuestros niños y jóvenes.
Ahora parece que si a un niño le gustan “cosas de niñas”, no debemos insistir en que “no pasa nada” y tiene todo el derecho como niño a pintarse las uñas, llevar el pelo largo o jugar a muñecas , sino que debemos ofrecerle la posibilidad de “cambiar de sexo o de cambiar de género”, que significa cambiarse el nombre y convertirse en una persona del sexo contrario. Y que, si lo desea, puede tomar fármacos para impedir que las características físicas de su sexo crezcan normalmente. Y lo mismo si a una niña le gustan los juegos de los chicos, no le gustan las faldas y le gustaría ser como los chicos.
Parece que hay cursillos en los que se informa al alumnado que “hay niñas con vulva y niñas con pene, y niños con pene y niños con vulva”, una cuestión muy complicada para entender, porque ¿si no es el pene y la vulva (y todo lo que implica la fisiología y la química masculina y femenina) las que determinan qué es un hombre y qué es una mujer, ¿entonces qué es? ¿El sentimiento? ¿Qué significa que una se siente hombre o se siente mujer? Y por último, encontramos que lo que marca ser o sentirse una cosa u otra tiene mucho que ver con todos los estereotipos que habíamos intentado abolir.
Ya sé que existe la "disforia de género" y que hay personas que sufren mucho y que, por eso, está permitido y regulado el cambio de sexo a partir de hormonas, cirugías y otras formas. Y está claro que deben tener todos los derechos que tienen las demás personas. Pero esto no significa que un cambio de sexo (o de género) sea una cuestión fácil ni siempre exitosa. Físicamente comporta alteraciones que pueden ser importantes (pene pequeño, menopausia avanzada, etc.) y también alteraciones psicológicas y sociales. Por tanto, está muy bien que aquellas personas para las que estos cambios son muy importantes puedan hacerlos, pero debería ser en una edad adulta y con la madurez suficiente para saber todo lo que implica.
Por el contrario, la nueva ley favorece y permite que todo esto se haga en unas edades muy tempranas. En concreto la ley dice: “Para solicitar la rectificación de la mención registral del sexo, las personas mayores de 16 años estarán plenamente legitimadas para solicitar por sí mismas la rectificación. Por lo que respecta a las personas de entre 12 y 16 años, podrán efectuar la solicitud a través de sus representantes legales o por sí mismas con su consentimiento”. En concreto, se regula el derecho del alumnado menor de edad de los centros educativos a exteriorizar su identidad de género y utilizar libremente el nombre que hayan elegido. Y yo me pregunto, ¿el cambio de nombre a estas edades facilita las cosas o las empeora?
Pero no sólo se trata de cambiarse el nombre, sino que permite la medicalización a menores: “El tratamiento hormonal en el caso de las personas menores de edad comprenderá el tratamiento para el bloqueo hormonal al inicio de la pubertad, por evitar el desarrollo de caracteres sexuales secundarios no deseados; y el tratamiento hormonal cruzado para favorecer que su desarrollo corporal se corresponda con el de las personas de su edad, a fin de propiciar el desarrollo de caracteres sexuales secundarios deseados”.
Y añade sanciones a padres/madres o docentes que pongan alguna objeción: “Se considerará perjudicial para el desarrollo social de la persona menor la negativa a respetar su identidad de género por parte de su entorno familiar”. “El alumnado menor de edad de los centros educativos tiene derecho a exteriorizar su identidad de género, debiéndose respetar su imagen física, la elección de su indumentaria y el acceso y uso de las instalaciones del centro educativo conforme a su identidad de género”. "El ejercicio de estos derechos en ningún caso podrá estar condicionado a la previa exhibición de informe médico o psicológico, así como tampoco a la autorización previa de las personas que ostenten la patria potestad o sean sus representantes legales".
Y, finalmente, "se elimina el requisito de diagnóstico de disforia de género, siendo suficiente la libre declaración de la persona interesada".
Justamente, para mí éste es el problema. Que una cuestión muy complicada y difícil se banalice y se facilite que menores (niños y jóvenes) puedan decidir el cambio de sexo (o de género) sin esperar a madurar ya descartar que el problema es otro. Sobre todo en la adolescencia, hay muchas chicas y chicos que no están cómodas con su cuerpo, o otras muchas que no lo están con su rol adjudicado. Pero, desde la educación, la pregunta es: ¿qué es mejor, ayudar a aceptar su cuerpo ya deshacer los roles o estereotipos, o decirle a ese chico o chica (niño o niña) que “ha nacido en un cuerpo equivocado” y que si se “siente” del otro sexo, ¿esto se puede cambiar fácilmente?
·Sobre todo en la adolescencia, hay muchas chicas y chicos que no están cómodos con su cuerpo; ¿pero qué es mejor, ayudar a aceptarlo ya deshacer roles o decirle al alumno que "ha nacido en un cuerpo equivocado" y que si se 'siente' del otro sexo se puede cambiar fácilmente?
Muchos niños y niñas y mucho más adolescentes pasan por etapas complicadas y es importante acompañarles desde su comprensión, pero también desde el principio de realidad. De hecho, que no te guste tu cuerpo muchas veces nada tiene que ver con el tema, sino en modelos que la sociedad pone como referentes ya las inseguridades propias de la edad. Unas se encuentran demasiado gordas, otras demasiado delgadas, unas querrían unos pechos más grandes, otros más pequeños, unos piensan que tienen el pene demasiado pequeño o demasiado grande, son demasiado bajos o demasiado calvos, unos son demasiado negros y otros demasiado blancos… pero la educación pasa justamente por ayudar a aceptar aquellas realidades que son innatas y que nadie puede elegir ni cambiar.
Yo creo que no hacemos ningún favor a nuestro alumnado si seguimos con el discurso que la Ley Trans está transmitiendo. Ya hay otras voces que lo están alertando, no sólo desde el feminismo, sino también desde la medicina, la psiquiatría y la pediatría. Es más, países como Finlandia , Suecia, Australia o Reino Unido , que ya llevan tiempo implementando medidas como las que contempla la Ley Trans, están dando marcha atrás. Suecia , país pionero en leyes trans, ha retrocedido y ha acabado con la prescripción de bloqueadores puberales en menores de 18 años y establece «imprescindible» la evaluación psiquiátrica sin que sea considerada terapia de conversión.
Por su parte, la Unidad de Identidad de Género de Madrid ha alertado del incremento de solicitudes de atención del 500% entre 2017 y 2019, la mayoría de ellas de chicas muy jóvenes. En otros países como Reino Unido, este incremento ha sido del 4.000% entre 2009 y 2018. Un aumento que se produce a nivel mundial. Por otra parte, según dicen varios estudios internacionales, la disforia de género se supera entre un 75-90% de los casos una vez pasada la adolescencia.
Por todo ello, creo que es necesario que desde la educación se pueda reflexionar con calma sobre todo y asegurarnos de que para intentar aliviar un malestar momentáneo no estamos condenando a un malestar a largo plazo, más grave y más irreversible.
Es una pena que el debate sobre esta ley esté más lleno de radicalidad en favor y en contra, sin reflexiones más calmadas y con aportaciones de todos los profesionales. La discusión se ha encogido y muchas veces ha terminado con insultos y falsas acusaciones.
Es un tema delicado y las y los docentes, así como las personas dedicadas a la educación, debemos poder expresar nuestras dudas y no sentirnos obligados a actuar por miedo a ser consideradas reaccionarias o “transfóbicas”. Estas reflexiones deberían llevarse a cabo en los centros educativos y también es necesario que se puedan modificar aquellos aspectos que pueden ser lesivos para nuestros niños y jóvenes.
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